11 de marzo: Sarah Kofman








Sarah Kofman (1934-1994)


Dácil Álamo Santana



Cuando la obra de Sarah Kofman –esta filósofa francesa de origen polaco– cayó entre mis manos, supe que había encontrado a mi autora de cabecera, el referente desde el cual quería leer e interpretar la historia de la filosofía, esa misma “Historia” que por escribirse con mayúsculas obviaba entre sus filas los nombres de mujer. Me pareció, y aún hoy lo sigo pensando, que esta pensadora estaba por descubrir, que su lectura (tal vez por la falta de traducciones de la mayor parte de su obra) permanecía a la espera de ser desplegada, sin grandes pretensiones sistémicas pero cargada de lucidez y un profundo sentido crítico.

Nacida en 1934 en el seno de una familia judía de origen polaco instalada en Francia. Su último libro Rue Ordener, Rue Labat, escrito poco antes de quitarse la vida en 1994, rememora la deportación de su padre (el rabino Bereck Kofman) a Auschwitz y narra en detalle sus recuerdos de infancia durante la ocupación nazi, escondiéndose junto a su madre en distintas direcciones de París. De su padre, hombre estricto en el cumplimiento de los ritos judíos, sólo conservó un objeto que recuerda haber cogido un día del bolso de su madre, la estilográfica con la que escribiría ese libro. Tal y como ella mima apunta, su recuerdo de todo aquello se convirtió en un mandato, en un imperativo que le forzaba a escribir (con esa vieja pluma): “Es probable que mis numerosos libros hayan sido vías transversales obligadas para conseguir hablar de ello”. Escrito de una forma sencilla y directa, este relato autobiográfico sigue y remite al padre al tiempo que revela la compleja relación con la madre durante este periodo. Una madre que poco a poco se vio desplazada en favor de aquella otra mujer que las acogió en la calle Labat. Este escrito transcurre entre dos calles y dos madres, dualidad que representa un cambio en sus costumbres y afectos, una huída en busca de refugio y un tipo de vida ajena a las antiguas normas. Una vida en la que podía mostrar sus sentimientos y deseos, donde no tenía que sufrir las consecuencias de ser judía.

Tras la guerra, su pasión por la lectura la lleva a realizar los estudios de filosofía. Entre 1960-1970 dio clases en los institutos Saint-Sernin de Toulouse y Claude Monet de París. Tras haber publicado ya varios artículos y libros, y tras las muchas dificultades halladas en la institución universitaria, Sarah Kofman fue durante años Maestra de Conferencias y por fin en 1991 profesora en la universidad de Paris I. Fue también profesora invitada en las universidades de Berkeley y Ginebra donde impartió varios seminarios sobre “La mujer en los textos de Freud”, que darían lugar a la publicación en 1980  de L’enigme de la femme: La femme dans les textes de Freud, libro dedicado a su alumnado. En la década de los setenta participó en el Groupe de recherches sur l’enseignement philosophique y estuvo activamente comprometida en la fundación del Collège International de Philosophie. Su trabajo de tesis, inicialmente dirigido por Jean Hyppolite y posteriormente por Gilles Deleuze tras el fallecimiento del primero, fue polémicamente presentado a partir de los libros y artículos (défense de thèse sur travaux) que hasta el momento había publicado en torno a Freud, Nietzsche y Hoffmann entre otros. 

La totalidad de la obra de Kofman ¬–libros en su mayoría publicados en Ediciones Galilée, donde dirigió junto a Derrida, Nancy y Lacoue-Labarthe, una colección titulada «La philosophie en effet»– sorprende por el amplio campo de estudio en que se mueve. Reflexiones filosóficas alimentadas de literatura (Don Juan ou le Refus de la dette, 1991) y psicoanálisis, así como de un especial interés por la cuestión de la autobiografía (Paroles Suffoquées, 1987), por el problema y la retórica del antisemitismo, y la representación de las mujeres en los textos filosóficos (especialmente a partir del s.XVIII en adelante). Blanchot es quizás el escritor al que más admiraba y que junto con Derrida (a quien dedica en 1984 su libro Lectures de Derrida) le enseñó la importancia de la escritura. Pero sin duda entre la diversidad de autores y géneros de sus textos, existe una unidad en su método de lectura en la que Nietzsche y Freud tienen un relevante papel. Más allá de intentar establecer una mera “comparación” artificiosa entre estos dos autores, la lectura de Freud atraviesa la de Nietzsche y viceversa. Y se sirve de ambos (el método es psicoanalítico y la inspiración nietzscheana) para deconstruir otros pensamientos.

Sarah Kofman se definía como filósofa y, principalmente, como lectora. Una lectora atenta y productiva que trata de renovar la lectura de los grandes textos filosóficos pero que no cree en la verdad de esos sistemas. Si bien no se definía con la etiqueta de feminista, de un libro a otro sus lecturas deconstruyen el sistema metafísico y, en especial, la oposición masculino/femenino en tanto que categorías esencialistas. Muestra constantemente cómo lo femenino es rebajado y las mujeres despreciadas en los textos, incluso cuando no constituyen el tema central de los mismos. Por eso los explora y analiza los discursos desde el interior, repara en las anotaciones a pie de página, las metáforas, los ejemplos, las citas, etc.; y pone de relieve las aporías, los intereses, los deslizamientos lógicos y, en suma, los puntos débiles de ese sistema que se piensa a sí mismo como puro, objetivo y ajeno a las pulsiones. Casi todos los grandes textos de la filosofía -tal y como plantea en Aberrations. Le devenir-femme de August Comte, publicado en 1978- incluyen un discurso en el que la mujer es más o menos rebajada y que, finalmente remite a una posición sexual determinada (la de su autor).

En L’enigme de la femme: La femme dans les textes de Freud (1980) analiza la complejidad de las versiones freudianas de la sexualidad femenina, a partir de las respuestas dadas a este asunto por Freud en su conferencia La feminidad. Desarrolla también este tipo de lectura a propósito de Kant y Rousseau en Le respect des femmes (1982), donde toma como punto de partida las categorías morales de estos autores para señalar que “el respeto hacia las mujeres” ha sido usado como un acto o un medio para otorgar autoridad y poder social al hombre. El respeto, en este sentido, como una máscara. La idealización y conversión de las mujeres en seres sublimes no sería más que la otra cara de su histórico rebajamiento. Frente a las mujeres merecedoras de respeto (la madre y la esposa), estarían aquellas otras consideradas peligrosas y posibles corruptoras de la respetabilidad masculina y que, en consecuencia, merecen ser mancilladas.

Kofman nos enseña además el valor del disfrute de la lectura y la escritura en un trabajo filosófico cuya originalidad debe ser reconocida. Reconocimiento a la innovadora tarea que emprende al abordar la economía e intereses que oculta la especulación, al recordarnos que las teorías filosóficas además de producciones históricas y sociales son también construcciones subjetivas. 










Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker 

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