16 de marzo: Esther Terrón








Esther Terrón Montero (1964-2017)


Rafael Herrera



“Ciertamente ya estoy muerto, pero mi muerte, como la de los astros más lejanos, no será visible hasta dentro de algún tiempo. Es lo que ocurre con todo lo que ves, no puedes distinguir lo que aún vive de lo que ya está extinto.”
Esther Terrón, Junio


Esther Terrón estudió Filosofía en la Universidad de Granada y fue profesora de dicha disciplina en varios institutos de Tenerife. Ejerció como docente en el área de Estética de la Universidad de La Laguna y colaboró con la Escuela de Actores de Canarias. Publicó numerosos trabajos de crítica de arte y fue coautora y coordinadora del volumen de microrrelatos Brevescien y autora de la novela Junio, ambos publicados en la editorial Idea en 2011 y 2012, respectivamente.

Esther fue una profesora decididamente comprometida con el noble oficio de la enseñanza, y, como tal, figura entre el equipo de profesores que allá por el año 2012, y con más entusiasmo que medios, echaron a rodar las Olimpiadas Filosóficas de Canarias, certamen cuyo objetivo principal puede, sin lugar a dudas, calificarse de ambicioso: fomentar entre el alumnado de enseñanza secundaria el pensamiento y la reflexión crítica sobre temas que afectan profundamente a nuestra condición como seres humanos, lo cual no es poco en estos tiempos rebosantes de clichés e ideas confinadas a los estrechos límites de lo políticamente correcto.

Entre las múltiples facetas de Esther Terrón, quiero centrarme aquí en su faceta de autora de ficción, pues en su novela Junio, con ser una ópera prima, dejó patente Esther su gran talento y potente garra como escritora.

En mis tiempos de estudiante de Filosofía en la Universidad de La Laguna alguien me comentó, ahora creo que con acierto, que parte de la mejor filosofía hecha en España hay que buscarla en las obras literarias de diverso género escritas por nuestros poetas, dramaturgos y novelistas del pasado y del presente. Sin duda ello se debe, recuerdo que adujo mi interlocutor, a la inveterada falta de libertad de todo tipo que hemos padecido en nuestro suelo patrio para exponer, a las claras y sin ambages, tesis y argumentos filosóficos que pudieran motejarse de peligrosamente subversivos por las autoridades civiles, y no tan civiles, del momento. En aquellos tiempos poco pude aportar a tan interesante apreciación, pero ahora, con un poco más de perspectiva, tengo que dar por buena aquella opinión, y hasta me atrevería a afirmar que buena parte de las intuiciones filosóficas con las que me he encontrado como modesto aprendiz del logos, se atesoran en las creaciones de los literatos que he tenido la fortuna de leer, si bien ahora esto no me parece exclusivo de las páginas escritas en la ilustre lengua de Cervantes.

La novela de Esther Terrón no es una excepción en este sentido, y aunque no pertenece (ni lo pretende) a la categoría de las denominadas novelas filosóficas, está cargada de reflexiones y episodios que nos hacen trascender las situaciones concretas para preguntarnos por la verdadera naturaleza de la condición humana y de las no siempre genuinas relaciones que establecemos en el ámbito social. Así, Junio ha sido calificada como una ácida alegoría que refleja, no sin inteligente ironía, el complejo mundo de las relaciones humanas en el contexto de la sociedad contemporánea, en la que el nihilismo y la falta de autenticidad nos zarandea mientras tratamos, como la protagonista de la novela, de encontrar un sentido que justifique todo aquello que nos pasa y que tantas veces tanto contrasta con los que consideramos nuestros auténticos proyectos de vida.

La protagonista de Junio, que es a su vez la narradora de la historia, es una profesora de Lengua y Literatura Española de un instituto del árido sur de la isla, el IES El Pozo, denominación en más de un sentido atinada para el aciago centro educativo. Allí encontramos a nuestra heroína en un ambiente que, como tantos, resulta con frecuencia hostil y frustrante. Allí encontramos también a un curioso paisanaje que a primera vista pudiera parecer insólito, y quizás, si lo consideramos con detención, no lo sea tanto: el director Rómulo Antón, con su labio belfo y su insensibilidad a cuestas; a Gara Brito, profesora de Inglés con su descaro rayano en la ordinariez; a la enigmática Mara Tabares, profesora de Dibujo; al profesor de Historia, Juan Galacho, alternativamente servil o déspota, dependiendo del rango que atribuya a su interlocutor; a los alumnos Diego Flaco, Amira, Dunia, Omar, Wang Zhong, que acuden al instituto con sus mochilas bien cargadas de problemas familiares y carencias de todo tipo… En fin, el acontecer diario en un lugar en el que conviven personas de heterogénea naturaleza, con sus grandezas y sus miserias, sus mezquindades y su imprescindible dosis de arrojo para representar uno de los roles más difíciles de cuantos en este mundo pueden tocar en suerte: el de ser humano.

Lo que acontece en Junio no es, por tanto, privativo de un instituto de enseñanza secundaria, sino de todo ecosistema en el que deambulen seres racionales y pasionales como los que somos. Esther, en su novela, nos cuenta una historia de forma magistral, y nos enfrenta a un espejo en el que nos reconocemos como Mara, Antón, Diego, Rómulo, Gara o Amira, porque los personajes de Junio, bien que nos cueste reconocerlo, representan lo que cada uno de nosotros puede llegar a ser si nos encontramos, como con frecuencia ocurre, en contextos depravantes o, por ser más académicos, alienantes.

Al principio de la novela, Esther hace decir a Rómulo Antón, dirigiéndose a la protagonista: “Los alumnos no te dejarán dar clase, pero aprenderás cosas nuevas, cosas de las que ahora no tienes ni idea”. En mi trayectoria como profesor he aprendido muchas cosas, si bien, en general, he tenido la fortuna de que mis alumnos sí me han permitido dar clase. Conocí a Esther en 1998, año en el que hice el Curso de Aptitud Pedagógica entonces prescriptivo para quienes teníamos la intención e inclinación (yo sigo utilizando sin rubor la palabra “vocación”) de dedicarnos a la enseñanza. Esther tuvo la generosidad de ser mi tutora de prácticas en el instituto en el que ella trabajaba; y digo la generosidad porque, en aquellos como en estos tiempos, muy pocos están dispuestos a asumir cargas y responsabilidades que acaso les serán agradecidas, pero no remuneradas. Me permitió asumir el rol de profesor con total confianza y sus orientaciones me resultaron útiles y estimulantes. Expliqué el método cartesiano a un grupo de alumnos de 1º de Bachillerato y la Revolución científica a otro grupo de 2º. En una de mis primeras clases, con el segundo de estos grupos, hice referencia a la teoría aristotélica del lugar natural. Al terminar la clase, Esther me dijo que, a su juicio, mi lugar natural estaba explicando en la pizarra. Para mí esta observación resultó alentadora, decisivamente alentadora, en un momento de mi vida no falto de incertidumbre y tribulaciones.

En mi trayectoria como profesor he aprendido muchas cosas: de mis compañeros, de mis alumnos y de las dificultades que he tenido que ir afrontando, con mejor o peor fortuna, en esta labor tan exigente como apasionante. En este aprendizaje el impulso y ejemplo de Esther Terrón resultaron para mí determinantes; por eso siempre contará con mi agradecimiento. Con el tiempo llegué a ser compañero y amigo de Esther, como ella, de nuevo generosamente, rubrica en la dedicatoria del ejemplar de Junio que conservo entre mis libros más preciados. Releer esta novela me ha hecho reeditar la excelente impresión que me produjo su primera lectura. Y me ha hecho pensar y constatar que ahora el lugar natural que ocupa Esther es el de la memoria de cuantos tuvimos la fortuna de conocerla; ese lugar de la memoria donde almacenamos los bagajes que de forma más auténtica habitaron y habitarán para siempre nuestro corazón.










Ilustración de Elena Gutiérrez Roecker 

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Comentarios

  1. Muchas gracias, Rafa, por tus bonitas palabras en recuerdo de Esther. Un fuerte abrazo,
    José Manuel

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  2. Buenos días. Gracias por esta entrada, de lo poco que se puede encontrar sobre Esther Terrón. Les escribo desde la Biblioteca Pública del Estado en Santa Cruz de Tenerife, ya que hemos publicado un vídeo en el que hablamos sobre "Junio", una gran pequeña novela. Les dejo el enlace: https://youtu.be/s-B1HCYPpMU

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